lunes, 29 de julio de 2013

Devaluación de la moneda como ventaja competitiva


Cuando una economía se encuentra en una situación de fuerte endeudamiento exterior, y en situación de recesión o bajo crecimiento, la principal estrategia para intentar solventar los problemas es mirar al exterior. Pero estimular las exportaciones de manera que los productos nacionales consigan ser más competitivos en el corto plazo, requiere tomar medidas dirigidas básicamente a gestionar el tipo de cambio. De ahí que últimamente haya aparecido en el debate económico la salida de España del Euro como fórmula para poder utilizar la herramienta monetaria en la mejora de la situación actual. Probablemente la exclusión de la moneda única europea tendría consecuencias mucho más graves que los supuestos beneficios que se podrían conseguir en tal escenario, toda vez que la salida supondría de inmediato una devaluación de la nueva peseta, y un empobrecimiento relativo respecto a los bienes importados en un mundo altamente globalizado y con una cadena de valor bastante fragmentada. La reestruccturación de la deuda o directamente el impago sería otra consecuencia de la salida/devalución de la zona euro, además de una restricción importante de la financiación exterior futura tal como era normal en la etapa previa a la entrada de España en el Euro. La principal ventaja de la repatriación de la política monetaria sería la posibilidad de manejar el tipo de cambio para conseguir incrementar las exportaciones,  y utilizar los tipos de interés con el mismo objetivo. De esa manera, y según esa corriente de opinión, la cuenta corriente de nuestra economía sería positiva, y por tanto la demanda exterior proporcionaría la riqueza sufiente para pagar entre otras cosas el importante déficit energético y el enorme volumen de deudas contraída, consiguiendo además crear empleo y estimular la demanda interna.

El siglo pasado vivió dos grandes episodios monetarios destacables, también denominas "guerras de divisas". El primero (1919-1939) que coincide con las grandes guerras, en el que se rompe el patrón oro que existía desde finales del siglo XIX debido a que los bancos centrales de los países en conflicto comenzaron a emitir grandes cantidades de dinero para financiar el esfuerzo de la guerra. Esto trajo consigo un proceso inflacionista cuyo episodio más intenso se vivió Alemania. El segundo episodio (1967-1985) cuyo hecho más significativo fué la suspensión de la convertibilidad del dólar en oro por parte de Nixon en 1971, y tuvo como causa las políticas expansivas tanto fiscales como monetarias llevadas a cabo por Estados Unidos. Los desequilibrios globales provocados por dichas políticas hizo que los países acreedores acumularan gran cantidad de reservas cuyo volumen alcanzado superaba las reservas de oro del país americano. Utilizando la información proporcionada por estos hechos históricos, actualmente los analistas y académicos analizan los tipos de cambio en busca de posibles guerras de divisas. El precio al que se cruzan dos monedas es bilateral, por lo que si existe coordinación entre países no hay peligo de represalias y por tanto los procesos de ajustes externos son menos traumáticos. En el pasado, esa falta de coordinación produjo conflictos cambiarios. Actualmente, el FMI es el encargado de establecer los niveles "ideales" de cambio entre divisas mediante un modelo que utiliza variables macroeconómicas, aunque su metodología es constantemente criticada y cuestionada, en tanto que los tipos de cambio actuales de las monedas más fuertes parecen más una cuestión de estrategia y negociación, que de valores fundamentales objetivos. Un ejemplo de depreciación en clave interna, o sea por motivos económicos propios, es el caso de Japón. Está expresamente prohibido devaluar una moneda con el objetivo de conseguir una ventaja competitiva que no se ha conseguido via productividad. Japón ha provocado una depreciación de su moneda mediante un paquete de medidas monetarias puestas en marcha, que se concretan en duplicar la base monetaria de su economía en los próximos dos años inyectando entre 60 y 70 billones de yenes anuales. El objetivo es acabar con la deflación en el país y estimular el crecimiento y por tanto el daño colateral es inevitable, aunque no es explícito. Dicha depreciación hace que la economía japonesa sea aún más competitiva, y por tanto el saldo de su cuenta corriente sea aún mayor, incrementando los desequilibrios globales en cuanto que es uno de los acreedores mas grandes del planeta y con esta medida profundiza más la diferencia. 

Si miramos la economía española en busca de elementos básicos para el análisis en clave monetaria de la situación, veremos que no presenta las características comentadas del caso más reciente japonés por muchos motivos. Por tanto no representa un modelo a seguir tal como opinan los que creen que se está mejor fuera del euro. Más bien al contrario. En el gráfico adjunto podemos ver el comportamiento del la balanza por cuenta corriente y la Posición de Inversión Internacional española donde podemos observar dos aspectos básico. En primer lugar, el enorme déficit por cuenta corriente financiado con rescursos externos, que llevó a España a ser el segundo gran deudor internacional en 2007, y en segundo lugar, la acumulación de saldos deudores en su PII que es quizás lo más preocupante. El problema fundamental es que esas deudas al exterior sólo pueden devolverse mediante superhávit en la cuenta corriente de la economía española, tanto si continúa dentro del euro como si se sale de él. Seguir dentro del euro implica que la competitividad necesaria para generar balanzas positivas hay que hacerlas vías coste laborales, contención de precios internos y mejoras en los canales y herramientas de distribución exterior de nuestras empresas. Pero esto es un proceso costoso y lento toda vez que los que pueden corregir los deseguilibrios externos, o sea aquellos acreedores que tienen capacidad de incrementar su demanda interna, no están por la labor de sacrificar su "equilibrio" interno por un equlibrio externo ajeno en momentos de crisis financiera y mundial. Otra solución desde el punto de vista monetario que podría acometer España es su salida del euro. Es evidente que el incremento de la competitividad sería más rápido y por tanto no dependería tanto de la voluntad de países como Alemania, que pertenecen al grupo de los grandes acreedores mundiales. Además la salida/devaluación de la nueva peseta tendría una finalidad interna, o sea reducir el paro, incrementar la demanda y aumentar la capacidad de pago de la deuda externa, por lo que en principio no tendría que generar ningún problema cambiario con los vecinos. Ahora bien, el tesoro español, y por consiguiente el sector privado de la economía, tendrían que convertir su deuda externa a pesetas, y probablemente no todos los acreedores estarían dispuestos a aceptar la nueva moneda contra los euros en que están nominadas dichas partidas. La negativa a financiar la economía española en pesetas, la lluvia de demandas de arbitraje internacional para recuperar las deudas por parte de los acreedores internacionales, y el desplome de la demanda interna debido al incremento de precios, tendría como consecuencia una alta volatilidad y el hundimiento de la cotización de la nueva moneda, con lo que aumentarían aún más los costes energéticos y los productos intermedios para exportación. En conclusión, la salida del euro parece una idea aventurada y probablemente mal reflexionada. La crisis de deuda en latinoamérica durante la década de los ochenta es un ejemplo cercano a lo que estamos viviendo en Europa y en concreto en España. Pero aquello fue una crisis de deuda y en ningún momento en la literatura al respecto se habla de la utilización del tipo de cambio como opción o estrategia básica y última para solucionar los problemas que existían. Básicamente porque las deudas estaban nominadas en dólares. ¿Estarían dispuestos los acreedores internacionales a cambiar la moneda en la que recibirán en el futuro los pagos de sus préstamos de forma voluntaria? ¿Y si no es así, confiarían en el futuro en un país que les modifica unilateralmente las condiciones de los contratos, para seguir prestándole en una moneda local, con poca liquidez y con problemas de inflación a un coste razonable, al menos por debajo de lo que nos estamos financiando ahora?. Es evidente que sin soberanía fiscal y monetaria existen pocas herramientas en manos de los gestores económicos de un país para crecer sin intensificar aun más el dequilibrio fiscal y exterior, pero también es cierto que fuera del euro hace mucho frío y el tiempo arrecia. La capacidad de financiación externa de la economía se comprimiría bastante y sin financiación es difícil manejar políticas sin caer en un impago. Proponer la salida del euro parece más una propuesta intuitiva y con grandes dosis de motivación ideológica, que un análisis serio, profundo, pormenorizado y de dominio público donde se pueda contejar las hipótesis y los datos de partida y los objetivos finales. La intuición conlleva improvisación, y puede ser que se haya utilizado demasiado a lo largo de esta crisis. Mejor marcar objetivos y cumplirlos, eso crea credibilidad y a lo mejor ayuda en un mundo donde la psicología positiva tiene tantos adeptos.