sábado, 16 de agosto de 2014

Desempleo y Áreas Monetarias Óptimas.






Desde que Robert A. Mundell escribió el famoso artículo sobre las Zonas Monetarias Óptimas siendo economista del Fondo Monetario Internacional en 1961, se ha analizado bastante los problemas y las ventajas que estas áreas tienen sobre la economía de los países y del mundo. En un principio, la cuestión presentada por el autor trataba de explicar que las crisis periódicas de balanzas de pagos seguirían existiendo mientras convivan tipos de cambio fijas junto con precios y salarios rígidos. También puso de manifiesto que en esta cuestión era más sencillo exponer el problema y criticar las posibles alternativas, que hacer sugerencias y recomendaciones que fuesen útiles y posibles. El tema ha evolucionado, y en la actual coyuntura se trata de determinar si es mejor un sistema de cambios flexibles, aunque con anclajes que eviten una excesiva volatilidad en sus cotizaciones, o por el contrario es mejor un sistema de tipos fijos tal como puede ser la Unión Monetaria Europea (UEM), la cuál representa hoy por hoy la principal experiencia en este terreno. Hay que matizar que el artículo en cuestión sólo analizaba el impacto en el desempleo que originaría una reducción de la demanda agregada sobrevenida, y como afectaría el sistema de cambios sobre este.

La teoría dice que cuando existe un fuerte desequilibrio exterior y se produce un acontecimiento que reduce la demanda nacional, la corrección más o menos intensa de este desajuste se hará dependiendo de las posibilidades cambiarias que tenga el territorio en cuestión. Si analizamos el tema desde la perspectiva de su impacto en el empleo, un régimen flexible de cambios depreciaría la moneda hasta un nivel en el que los precios relativos más competitivos a nivel internacional harían posible mantener el empleo y la actividad productiva mediante la exportación de la producción sobrante en dicha coyuntura. No hay que olvidar que una depreciación haría que los bienes procedentes de la importación sean más caros, y salvo que existan un efecto sustitución a precios razonables por bienes domésticos, esto termine generando inflación en menor o mayor medida dependiendo del tipo de bienes que se necesiten y de la estructura productiva del territorio. Al margen de las efectos no deseados sobre el nivel de precios, también hay que advertir que una depreciación competitiva desordenada y generada sin consenso, crearía inestabilidad en el sistema cambiario internacional, y muy probablemente la puesta en marcha unilateral de este tipo de medidas provocarán reacciones inesperadas de aquellos países que se sientan perjudicados por dicha decisión.

Si se analiza la situación anterior pero desde un modelo de tipos de cambio fijos en el que las monedas de los distintos territorios estarían ancladas o simplemente se sustituirían por una única moneda, y por tanto un único banco central, el impacto sobre el desempleo sería más desfavorable. Así en el mismo caso anterior, en el que se combina un fuerte desequilibrio exterior junto con una reducción de la demanda, la situación sobre el desempleo es más complicada de abordar, ya que se da por descontado que tanto los salarios como los precios internos son rígidos, o al menos con un conflictividad social lo suficientemente importante como para impedir un descenso real de los costes laborales que corrija rápidamente el desequilibrio exterior. Por tanto, en una situación como la descrita, sin posibilidades de movilidad de los recursos productivos, y en concreto de trabajadores, la consecuencia última es el desempleo.


El experimento más avanzado en uniones monetarias ha sido Europa, en donde el proceso de integración económica ha progresado intensamente de manera que el siguiente paso era la unión monetaria. Esta última es el estado máximo que se puede alcanzar en cuanto a tipos de cambio fijos, ya que desaparecen todas las monedas, y quedan sujetas a una única política monetaria de un único banco central. Un análisis sobre la bondad de este sistema respecto al de tipos de cambio flexibles resulta complicado de realizar en este momento histórico que pasará a la historia contemporánea como la Gran Recesión. Y es que la capacidad de un territorio para depreciar/devaluar y por tanto para equilibrar la balanza por cuentan corriente no es el único elemento que maximiza los objetivos de política económica. En un mundo globalizado como el que tenemos, existen otras piezas fundamentales del modelo monetario y cambiario tan importante o más que el sistema de cambios que fijen las relaciones comerciales internacionales. De hecho, estos aspectos financieros y monetarios puede tener mucho más impacto en la estabilidad macro de un territorio y en su crecimiento económico que la simple elección del modelo cambiario con el que queramos encajar en el comercio internacional. 


Si nos centramos en el desempleo y cuál es el mejor sistema a la hora de evitar que crezca durante una fase de debilitamiento cíclica de la demanda, podría parecer que un sistema flexible sería rápido, eficaz y menos penoso socialmente, o al menos esto es lo que desde una visión lineal y simple podría deducirse. Podría ser así, si no existieran los efectos colaterales antes citados y no se tuvieran el cuenta el comportamiento no deseable en otras variables que forman la gestión económica y financiera de un territorio. Si buscamos ejemplos actuales sobre los resultados obtenidos por uno u otro modelo en la vigente coyuntura, los hay algunos que bendicen un sistema y otros que afianzan el otro. Por el lado de la autonomía monetaria, existen países que han tenido tipos de cambios flexibles y que presenta unos resultados macroeconómicos buenos teniendo en cuenta la situación complicada que han tenido que gestionar. Podría ser el caso del Reino Unido. Pero también hay otros muchos casos de países en los que una fuerte depreciación causada por una retirada repentina de capitales, que en teoría debería haberles hecho mucho más competitivos comercialmente, les ha causado problemas a causa de los efectos secundarios citados anteriormente.  El comienzo del Tapering por parte de la Reserva Federal y sus consecuencias sobre la financiación externa y los tipos de interés en países emergentes es el ejemplo más destacado.

Por el lado contrario, si buscamos ejemplos de países sin soberanía monetaria que han tenido un comportamiento económico superior en plena crisis financiera y con un sistema fijo de cambio dentro de un área monetaria no óptima, tendríamos el caso alemán. En el lado opuesto estaría el caso español, en el que un acontecimiento financiero exógeno terminó contaminando la demanda agregada y provocando un fuerte incremento del desempleo. Y todo esto perteneciendo a la misma zona monetaria y en teoría con las mismas normas monetarias para todos. El problema es que una unión monetaria en si misma no es la última etapa del modelo económico y social al que nos debe abocar una zona monetaria, sino una fase más dentro de una unión más avanzada en la que tiene que existir una verdadera asociación bancaria, fiscal e incluso de otras cuestiones que impiden optimizar el modelo. La necesaria movilidad de capitales en Europa es una realidad hoy en día, pero también debe existir movilidad de personas, en tanto que si en un territorio de la unión existe desempleo y en otro hay demanda de trabajadores, estos puedan cambiar de residencia sin obstáculos legales, de idioma, o restricción de otro tipo. Ahí es donde radica el potencial de una Zona Monetaria Óptima, que no es la que tenemos actualmente en nuestro continente, y cuyo proceso incompleto se utiliza como argumento por aquellos que no creen en la Unión Europea y menos en la Unión Monetaria, a la que culpan del grave problema de desempleo que tiene España.


La sincronía en el ciclo económico de los distintos territorios es un aspecto que tiene gran relevancia a la hora de ver los beneficios de un sistema cambiario. Si un país está pasando una recesión económica, y tiene tipos de cambios flexibles con desequilibrio en su balanza por cuenta corriente, la opción de devaluar la moneda supone un empobrecimiento relativo respecto al resto del mundo, más intenso conforme mayor es la globalización económica y financiera. La financiación del desequilibrio externo generado en dicho territorio durante los años anteriores han tenido que financiarlo de alguna manera. Si ha sido con deuda denominada en moneda propia el problema lo tiene el acreedor sin cobertura de cambio, pero si se ha realizado en moneda extranjera la devolución del principal más intereses se hará más problemática conforme mayor sea la depreciación de su moneda. En última instancia, el ciclo termina en default, y el desempleo se disparará a causa de los efectos colaterales que conlleva la retirada masiva de capitales, además del incremento de los costes de financiación o incluso la imposibilidad de financiar las importaciones en el futuro.

En conclusión, la combatividad con la que se defiende la salida del euro es un tema más complicado de revolver de lo que se pueda presuponer, sobre todo si parten de un análisis lineal, simple y único bajo la premisa del ceteris paribus para el resto de variables, que implica concluir que una moneda nacional es siempre preferible en todas las situaciones, fases, etapas y condiciones económicas posibles e imaginables. Probablemente una unión monetaria tiene un gran transfondo político, y por tanto, las razones cambiarias sólo supongan un peso relativamente pequeño en la construcción de una integración económica y monetaria. Las estabilidad en los tipos de cambios es importante dentro del equilibrio económico mundial, y una moneda única que tenga peso en un escenario mundial globalizado puede ser de gran ayuda a países con unas instituciones mal gestionadas, o con desequilibrios económicos mal administrados. No todos podemos ser una Suiza. También podemos terminar como otras economías que todos conocemos con tipos de cambio flexibles y con resultados económicos desastrosos de igual magnitud que su desempleo. No hace falta dar nombres, todos los conocemos. En fin, si quieres ir rápido ve solo, si quieres llegar lejos debes ir acompañado.

De ahí la llamada Trinidad Imposible macroeconómica, que sugiere que es imposible tener al mismo tiempo un tipo de cambio fijo, un libre movimiento de capitales y una política monetaria autónoma.